Leyenda del Chuzalongo
En tiempos lejanos, una valiente joven desafió las advertencias de su abuelo y se aventuró hacia las montañas al amanecer. La doncella quería quemar la paja del páramo para alimentar al ganado y evitar así el castigo impuesto por el capataz a su padre. A medida que exploraba el páramo, se encontró rodeada de pajas que danzaban al viento. A su alrededor vio conejos asustados y aves audaces. A pesar de estar sola, sacó una vela de cebo y unos fósforos de su bolsa multicolor. Sin embargo, justo cuando iba a encender el fuego, sintió un misterioso contacto en el hombro y volteó la cabeza solo para descubrir que no había nadie cerca.
Poniéndose en pie y escudriñando su entorno, la joven retomó su tarea, pero se encontró con la presencia de un diminuto hombre vestido con poncho, shigra (bolso kichwa) y un imponente sombrero. Le dirigió una amplia sonrisa mientras le advertía: “No quemes a la Pachamama”. Ambos empezaron a conversar y el pequeño hombre ganó la confianza de la joven.
Al día siguiente, cuando sus padres no la vieron regresar, empezaron su búsqueda. En el páramo no había señales de la joven. La búsqueda se extendió por la montaña y el pueblo, pero no se encontraron pistas sobre dónde podía estar. Un día después, la joven apareció misteriosamente por el sendero con una sonrisa peculiar y una mirada brillante que desconcertó a sus padres. Al relatar su experiencia, causó revuelo en la comunidad al mencionar con naturalidad que había pasado la noche con un hombre pequeño que le había brindado felicidad repetidamente. Aunque sus padres dudaban de esta parte de la historia, insistían en que el hombre era conocido en la comunidad.