
En los primeros años, los miembros de la comunidad criaban animales como llamas, cerdos y borregos, los cuales representaban una fuente esencial de alimento y recursos. Estas prácticas no solo garantizaban su sustento, sino que también eran parte fundamental de su identidad cultural y económica.
Con el tiempo, la creación de una reserva en la zona trajo consigo nuevas regulaciones que prohibieron la crianza de estos animales. Este cambio abrupto impactó de manera significativa su vida tradicional, obligándolos a replantear sus métodos de subsistencia y adaptarse a las nuevas condiciones impuestas por la conservación del entorno. A pesar de las dificultades, la comunidad buscó alternativas que les permitieron mantener su arraigo mientras se ajustaban a estas restricciones.
«La tierra puede ser grande o pequeña, pero si sabemos vivir de ella con respeto, nunca nos faltará nada».